Todos a una

Los primeros homínidos, y de ahí los primeros homo sapiens, ya vivían en grupos, en familias. En ese sentido no eran muy diferentes a otras muchas especies de mamíferos. El individuo se identificaba plenamente con el grupo y no le cabía ningún grado de autonomía. Podemos decir que había coherencia y unidad en el grupo, pero separación de los otros grupos, tribus, etc. El individuo se sentía seguro en el seno del grupo.

Pero llegó un momento en el que la evolución de nuestra especie nos permitió independizarnos del grupo. En ese momento los antropólogos indican que debió desarrollarse la mente egoica. El ser humano aprendió a autoabastecerse, a diferenciarse y a no depender del grupo. Ese proceso de individualización fue sin duda un avance para nuestra especie.

Hoy en día esa actitud individualista, amparada en la libertad personal, es el nivel de conciencia más extendido. Es lógico que las personas defiendan su individualidad para evitar caer en el estadio anterior, esto es, diluirse en el grupo sin criterio propio, lo que sería un paso atrás evolutivo. Sin embargo, en los últimos tiempos presenciamos un nuevo fenómeno que parece apuntar a una nueva etapa evolutiva. Existen cada día más personas que desean vivir en comunidad, haciendo gala de su altruismo y cooperación, con la finalidad de crecer juntos desde una visión común. En ese sentido, no son uniones derivadas de la necesidad o de un cálculo del coste de oportunidad, sino fruto de una meditada y libre elección.

Los grupos que surgen desde la individualidad, son grupos sostenidos por las transacciones de bienes, servicios, favores y prebendas que se realizan entre sus miembros. Lo que interesa al individuo es sacar el máximo partido de su relación con las diferentes personas que integran el grupo, contribuyendo lo imprescindible para que el grupo siga existiendo y no decidan prescindir de él.

En cambio, en los grupos que surgen desde este nuevo afán por compartir y alcanzar un objetivo superior para todos los miembros del grupo, cada individuo se esfuerza por colaborar con el resto y apoyarlos para que cada persona alcance todo su potencial y de esta forma el grupo se beneficie en su conjunto. No están tan pendientes del logro individual como del colectivo. Al estar todas las personas remando en la misma dirección y apoyándose, se alcanzan más fácilmente los objetivos comunes y la celebración del éxito es compartida por todos.

Puede surgir, según ha señalado repetidamente la teoría de juegos, el caso del “free-rider”, esa persona que, sin apoyar, aspira a beneficiarse del trabajo de los demás. Pero cuando la mayoría del equipo está atento y consciente, cuando existe una comunicación sincera, esas personas son rápidamente desenmascaradas y sólo les quedan dos posibles salidas: reconducir su actitud o abandonar el grupo, pues el resto del equipo va a impedir que sigan actuando de forma egoísta.

Las relaciones que mantenemos con las personas que trabajan junto a nosotros pueden complicar nuestra vida y ser fuente de sufrimiento, o pueden ser fuente de entusiasmo, dinamismo y bienestar. En los grupos de trabajo ya constituidos podemos parapetarnos en nuestros personajes y mantener relaciones encorsetadas, o aceptar el reto de mirar a todas esas personas que trabajan con nosotros como facilitadores de nuestro crecimiento y aprendizaje. Unos nos servirán de apoyo en momentos difíciles, otros de estímulo para aprender, otros serán un reto por las dificultades que entraña relacionarse con ellos, pero de todos podemos aprender y a su vez, a todos podemos ayudar.

 

Por: DAVID HERVÁS SANZ